Tijuana Blues: El actor con charola


Una vez conocí a un policía que en sus ratos libres era actor de cine. Gracias a la impuntualidad con la que en Tijuana se atienden todo tipo de asuntos, fui la primera en llegar al bar donde se celebraría una fiesta de cumpleaños y él era la única persona sentada en la barra.

Lo primero que me llamó la atención de aquel hombre de unos treinta y pico de años no fue su porte á la Pierre Infante, sino el hecho de que sujetara un arma de alto calibre en el interior de un lugar público, mientras se bebía tranquilamente una de esas cervezas que toma "el hombre más interesante del mundo".

No sé nada de armas y menos de calibres, pero a fuerza de leer tanto descalabro en los periódicos intuí que se trataba de una Kalashnikov, mejor conocida como cuerno de chivo en el odioso slang narco-charro que hemos adoptado casi por ósmosis.

Tengo que confesar que por la impresión de ver de cerca a semejante hacedor de boquetes, se me fue la sangre hasta los pies. Sin embargo, pronto se me subiría a la cabeza, seguramente coloreando mi rostro con el Pantone 1955 C, que con frecuencia revela a los cuatro vientos que algo me ha caído directamente en el hígado.

Así que me dirigí al experto en afectaciones hepáticas a la par psicólogo de la casa, el Sr. Don Cantinero, a descargar mi malestar:

"Oye, ¿qué hace ese hombre con un arma en este bar?, ¿que no está prohibido el acceso a personas armadas?" Este cantinero seguramente había visto de todo en su profesión, por lo que lo mío se lo tomó con mucha calma y creo que hasta con filosofía. No me respondió, sino que me hizo una señal con la mano que empaté mentalmente con la leyenda "dame un segundo" y después se dispuso a preparar un Martini, en tanto yo iniciaba un bonus round con la impaciencia.

Después de colocar el Martini frente a mí y con las dos manos apoyadas en la barra, como quien va a darle un consejo a un niño que ha roto una ventana, me dijo que "obviamente el arma no estaba cargada"... y que si no me había dado cuenta que afuera del bar había una cantidad respetable de personal de producción y equipos de video. Pues no, no me había dado cuenta, así eran mis días al salir de mi trabajo, se me nublaba la vista hasta llegar a un lugar neutral, pero ese estrés será harina de otra columna.

Efectivamente estaban filmando escenas de una película de esas producidas directamente en DVD o lo que llamaríamos comúnmente en México "un churrazo".

El hombre de la barra era uno de los actores y en la película hacía el papel de un policía corrupto [¡qué derroche de imaginación!]. Cuando me dijo que además era policía, yo ya no entendí nada: "¿un policía que hace el papel de un policía en una película de policías corruptos", ¿que no se llama eso un Reality Show? (me pregunté sin compartirlo).

Otro aspecto que me pareció notable fue conocer a un policía tijuanense que no estuviera panzón, un hecho inaudito, una rareza digna de fotografiar y guardar de recuerdo.

Este personaje, a quien por razones de economía narrativa llamaremos simplemente Toño, se mantenía en forma y por dónde se le mirara resultaba evidente que se metía sus horas de gimnasio, hecho que confirmaría durante nuestra conversación, ya que no dejó de hacer hincapié en la importancia de estar en forma "para conseguir estos jales" , es decir los papeles en las películas.

Ojo, que jamás habló de la importancia de estar en forma para desempeñar su "jale" como policía. Nunca le pregunté a qué corporación policiaca pertenecía, pero por lo que hablamos asumí que se trataba de un policía municipal de un rango intermedio, un supervisor o jefe de zona o algo parecido.

Era educado y cortés, con buenos modales, aunque de vez en cuando se le escapaba alguna palabra tijuaneada como "morro", "jale" o "biznes".

En aquellos días la noticia en boca de todos era el inevitable arribo del ejército a patrullar las calles de Tijuana. En nuestra ciudad ya estábamos acostumbrados al ir y venir de hordas de agentes federales, con los que las páginas de nuestros diarios se llenaban de abrumadora tinta roja, pero poco o nada resolvían el problema de la delincuencia y la inseguridad. Pero ¿los militares? Esas eran palabras mayores.

La última vez que vimos patrullar a tropas del ejército por nuestra calles, fue durante las inundaciones del 1993 y no creo que alguien tuviera queja de su increíble desempeño y el tonelaje de su capacidad humanitaria.

Por eso, porque era el tema de moda y por hacer conversación fue que le pregunté cómo se veía en la policía el tema de la llegada del ejército. Su respuesta fue automática como un resorte: "eso no va a funcionar". –¿Por qué?– insistí. Ahora sí que estaba interesada.

Hubo una pausa larga, antes de responderme.

–Mira, los hermanos Almada llevan toda su vida combatiendo al narco y ahí siguen, ¿o no?

No quitó la mirada retadora ni la sonrisa burlona durante un buen rato. Me probaba primero en mi cultura general, porque ¿quién no conoce a los hermanos Almada, verdad? Y segundo, por salirse de la tangente tras darse cuenta que entraba en un terreno si no peligroso, sí de subida y empedrado.

No le resultó, pues en cuanto vio que perdí el interés, le dio un largo trago a su cerveza, y la conversación se empezó a poner más seria.

–Esto no es cómo las películas, Marga... es mucho peor.

Hasta pude escuchar un fondo musical de suspenso, después de su frasecita matadora. Toñito se empezaba a poner intenso. No había problema, eran las 6:20 y todavía no aparecía ninguno de los invitados a mi fiesta. No tenía nada que hacer, así que le di más cuerda.

–No tienes idea de la cantidad de gente que está involucrada con los malandros (ah, otra palabra tijuaneada). La cantidad de gente que ves por ahí que va de empresario honorable y resulta con que es prestanombres de esta gente. Un montón de comerciantes han levantado sus negocios lavando dinero del narco. –¿Ah sí? ¿Cómo quién?- pregunté más por ingenuidad que por curiosidad.

–Si te digo voy a tener que... darte un beso.- Además de intenso, se ponía coqueto el ingrato. "Ahí viene Martín Corona, ¡ji ja jai!", pensé.

–No gracias, seguramente ninguno de esos nombres vale tanto la pena. Le respondí firme pero con amabilidad. El policía pidió otra cerveza y yo todavía no empezaba a probar el Martini que me había obsequiado el cantinero. De pronto de la nada, Toño me dijo algo que muchas veces he tratado de resolver en mi cabeza.

–Cuando te acercaste a la barra le reclamaste al cantinero por qué había dejado entrar al bar a un hombre armado. ¿Sí?

Asentí.

––Tengo una duda, ¿qué crees que tendría que haber hecho el cantinero, si efectivamente yo hubiera entrado a este bar armado, exigido un trago y encima soy uno de esos malandros?

Mi respuesta de nuevo ingenua e inmediata fue: ¡No servirle y llamarle a la policía!

Toño se rió con ganas, y me preguntó que si le estaba tomando el pelo, o en realidad era tan ingenua.

–¿En qué mundo vives niña?

-No me digas niña, y vivo en el mismo mundo que tú.

–No lo creo, porque en el mundo que yo vivo, si yo soy un narco y entro armado a un lugar a exigir un trago, no me voy a ir de ahí hasta que me lo sirvan, o hasta que me eché al imbécil que no quiso servirme.

Nunca había escuchado una versión tan cruel de lo que ocurría en el mismo sitio dónde yo había vivido toda mi vida.

Esa Tijuana descrita por el actor con charola, no la tenía registrada en mi campo visual. Pensar que alguien pudiera entrar a un lugar y simplemente decidir la vida de una o varias personas, era algo imposible de digerir, fuera de toda lógica.

La negación en el ser humano es muy parecida a las matemáticas, si la suma de mis realidades da un resultado, ese lo asumo como bueno y desecho cualquier resultado que venga a probar que mi realidad puede tener más de un resultado.

Leía los diarios, sabía que había secuestros, y que de repente se veían comandos armados paseándose por la ciudad, pero como yo nunca los había visto, por ende no existían.

Era el año 2006 y las 6:30 de la tarde cuando empezaron a llegar mis amigos al bar. Me despedí del policía y pocos minutos después pude verlo salir del bar hasta que desapareció. Al poco rato, estando en plena fiesta, escuchamos unas ráfagas muy cerca nuestro. Nos miramos alarmados, pero pronto nos recordó el cantinero que se trataba de la filmación de una película.

Imposible en esos días concebir que pronto tendríamos que escuchar esas mismas ráfagas en estéreo y experimentarlas en tercera dimensión.

Marga Britto
Marga Britto. Aprendiz de Madre, Malabarista del Tiempo, Exiliada por Opción, Cuestionadora de todo, Objetora de muy poco, Activista de Closet, Escritora Crónica. Marga nació y creció en la ciudad de Tijuana, México. Licenciada en Comunicación egresada de la Universidad Iberoamericana. Actualmente radica en la ciudad de Pasadena, California, junto a su esposo y su hija de tres años y es editora del sitio www.clubdelilith.com
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About Jesus Camarillo

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